Bacalar no tiene mar, pero tiene algo mejor: una laguna que parece soñada por los dioses. En el sur de Quintana Roo, lejos de los reflectores de Cancún y Playa del Carmen, este pueblo mágico guarda una de las joyas más puras del Caribe mexicano.
La “Laguna de los Siete Colores” se llama así por sus increíbles tonalidades de azul, que cambian conforme se mueve el sol y la profundidad del agua. Desde un muelle de madera, uno puede lanzarse a nadar sobre estromatolitos —las formas de vida más antiguas del planeta— o remar en kayak hacia el Canal de los Piratas, donde siglos atrás se escondían corsarios y traficantes.
La vida en Bacalar es lenta, casi contemplativa. Las noches son silenciosas, y los amaneceres parecen meditaciones líquidas. Aquí no se viene a hacer mucho: se viene a dejar de hacer. Y en esa pausa, Bacalar se revela como un destino de agua, tiempo y sanación.